En algún momento de nuestras vidas nos hemos detenido a pensar en cómo nos gustaría morir, principalmente cuando ya andamos arañando el tercer o cuarto tiempos de la vida.
Algunos amigos contemporáneos -a quienes les he preguntado cómo desearían llegar al final-, desean que ocurra mientras duermen y sueñan, sin dolores propios ni congojas de la familia y agotada la agenda terrenal. Algunos más románticos anhelan acabar sobre los escenarios, arriba de un ring, mientras hacen la faena a un bravo burel de 500 kilos, simplemente como el caguamo o escribiendo el final de su novela.
En mi más reciente libro “A Confesión de Parte” dedico el capítulo “La muerte no tiene permiso” a esbozar la manera caprichosa que tiene la calaca para -en sus propios modos y tiempos- cumplir con la tarea de ir despejando el área terrenal. Llega sin tocar la puerta y, por supuesto, sin permiso.
Para entender esta incertidumbre existencial sobre cómo, cuándo, dónde, con quién o por qué, los humanos nos sometemos a la sencilla “filosofía de la rayita” que determina sin lugar a dudas que todo mundo, ricos y pobres, jóvenes o viejos, tiene una rayita marcada en su destino que determina el fin de la existencia, ni un milímetro antes, ni un milímetro después. La muerte de Héctor Melesio Cuén Ojeda encaja en esta teoría por intempestiva, innecesaria, absurda, a destiempo e inexplicable hasta hoy.
Por la estatura e influencia social y política del maestro, sus familiares, amigos, colaboradores y compañeros de partido rechazan la hipótesis preliminar que apunta hacia un robo a mano armada que salió mal, apoyada principalmente en la narración del testigo presencial, hijo del dirigente estatal del Partido Sinaloense, y -supongo- gente de la absoluta confianza del maestro. Por el momento, algunas conjeturas descartan el secuestro y la teoría de una acción criminal directa para quitarle la vida.
La poca información pública de la Fiscalía de Sinaloa revela que coincidieron por lo menos 3 sucesos infortunado que detonaron la desgracia: 1.-El forcejo de la víctima con el delincuente armado, 2.-Uno de los proyectiles trozó la importante arteria poplítea que, detrás de la rodilla, concentra el flujo sanguíneo que baja de la femoral para irrigar las venas tibiales y safena de las piernas y 3.-El largo trayecto para recibir atención médica.
Faltan, por supuesto, otras circunstancias periféricas por aclarar. ¿Familiares, amigos o colaboradores tenían información sobre la reunión que atendería el maestro Cuén con “unos abogados” que nunca llegaron a la cita? ¿Quiénes eligieron el lugar de la reunión? ¿Por qué asistió en solitario, después de que el 8 de julio responsabilizó directamente al gobernador Rocha Moya de lo que pudiera sucederle por supuestamente haber intervenido para que la Guardia Nacional le retirara la protección que le otorgó el INE como candidato federal?
Al finalizar una triunfal faena en la Plaza de Toros de Mazatlán,que incluyó el temerario porta gayola y el paso de la muerte, le pregunté al matador Eloy Cavazos si temía morir. Respondió breve pero contundente: “morir frente al toro no me da miedo porque es una decisión propia; me da miedo morir atropellado por un borracho o asaltado por un delincuente”.
Defensor de derechos humanos, líder moral de una fuerza política importante en Sinaloa, rx rector universitario, luchador social respetado en la escena nacional y diputado federal electo, Héctor Melesio Cuén Ojeda no debió morir ese día porque iniciaba tal vez la etapa política más productiva de su vida y mucho menos en las condiciones que van delineando las investigaciones. Pero si esa era su rayita, por lo menos merecía morir frente al toro.
Saludos cordiales