Las habladurías se han asociado siempre con la toxicidad, pero diversos estudios y expertos han determinado que el cotilleo tiene muchas ventajas para el bienestar… siempre y cuando sepamos dónde poner los límites.
l verbo “cotillear” conlleva sensaciones negativas que no han hecho más que incrementar con el paso del tiempo, y para sorpresa de nadie, uno de los motivos esenciales del desdén se debe a que tradicionalmente, se vincula a las mujeres, así como al hecho de que lo relacionemos con la prensa rosa. El término proviene del siglo XII, cuando se vinculaba a los comentarios asociados a algún familiar, pero con los años, se hizo extensible a personas cercanas. Tuvimos que esperar hasta el siglo XVII para que su definición implicara compartir secretos y ahondar en palabra insustancial.
Fue la propia Silvia Federici la que señaló que eran las conversaciones entre amigas las que eran siempre fruto del escrutinio más despiadado. “Es en este contexto en el que el cotilleo pasó de ser una palabra relacionada con la amistad y el afecto a ser un término relacionado con la denigración y el ridículo”. Tanto es así que en 1547, se proclamó una prohibición destinada a las mujeres, a las que se prohibía quedar para charlar. Sin embargo, muchos estudios actuales señalan que cotillear es más beneficioso que tóxico. Uno de ellos proviene de la Universidad de Berkeley, que señala que ayuda a mantener el orden social y a reducir nuestro nivel de estrés.
“Nos puede dar información valiosa sobre lo que no nos atrevemos a pedir o a recibir de la vida”
Le preguntamos a la psicóloga María Martínez Diez, autora de ‘Vivir en modo Kaizen’, si realmente el ‘gossip’ aporta beneficios. “Hablar sobre los demás, sobre su vida, logros y momentos difíciles nos ayuda a aprender sin la necesidad de pasar por su misma experiencia. Esto se llama “aprendizaje vicario” (aprender en cabeza ajena). Además, a través de esa conversación, nosotras mismas llegamos a conclusiones que serían imposibles de otra forma. Cuando hablamos, esa información que antes sólo estaba en la mente, adquiere nuevos matices de percepción, ya que nos escuchamos y eso genera nuevas opciones, opiniones e ideas al respecto. Los otros, a fin de cuentas, son los espejos en los que nos miramos constantemente, porque nos cuesta mirarnos a nosotras mismas. Lo que importa es darnos cuenta de que aquello que admiramos en los demás y aquello que criticamos, nos puede dar mucha información valiosa sobre lo que no nos atrevemos a pedir o a recibir de la vida”, explica.
“El problema está, como siempre, en quedarnos simplemente en la crítica”
Es importante tener en cuenta que los “cotilleos” beneficios son los denominados prosociales, pues critican la explotación y la deshonestidad al tratarse de la difusión de información acerca de alguien que no se comporta de forma correcta. En el momento en el que se verbaliza, se rebaja la frustración o la rabia que fueron los que despertaron la necesidad de hablar. “Cuando vemos algo malo, no siempre somos capaces de tomar acción al respecto. No siempre estamos absolutamente convencidas de que es verdad lo que creemos, y necesitamos el apoyo externo, la aprobación del grupo más cercano, para escuchar que lo estamos viendo correctamente y, en caso de decidirlo, tomar acción con una sensación de respaldo emocional. También conseguimos una distancia de eso que vemos como un mal comportamiento, nos sentimos que estamos ‘en el bando bueno’ y recibimos un refuerzo positivo externo para seguir haciéndolo bien. El problema está, como siempre, en quedarnos simplemente en la crítica, porque al expresar eso que no nos gusta del otro, hay una especie de ‘amortiguación psicológica’ y ya no sentimos la necesidad de hacer algo al respecto: soltamos responsabilidad porque hemos soltado la parte emocional. Como si le pasáramos la pelota a otra persona al hacer esos comentarios. Algo así como: ‘yo ya lo he dicho, y ya he cumplido. Ahora que actúe otro'”, señala María.