“¡Cuídate de los idus de Marzo!” Advierte el gran William Shakespeare en una de sus obras más emblemáticas: la historia del asesinato del gran Julio César, uno de los líderes, estrategas militares y políticos más importantes de toda la historia de la humanidad.
Se dice que su solo asesinato, ocurrido el 15 de marzo del 444 A.C. es uno de los diez acontecimientos que moldearon y cambiaron para siempre la historia del mundo, porque convirtió a Roma en un Imperio de cinco siglos que fundaría a Occidente en su totalidad y prepararía el arribo del cristianismo, poniendo los cimientos de la sociedad moderna.
Para los romanos, los idus eran una serie de rituales en el que se citaba a un vidente para que diera a conocer el destino de las cosechas, del clima y del movimiento de los astros. Se celebraban los días 13 de cada mes a excepción de marzo, mayo, julio y octubre, meses en los que se celebraban el día 15. Particularmente, el idus de marzo era el más importante de todos que era considerado el primer mes del calendario romano antiguo, el inicio de la primavera y generalmente, coincidía con una luna nueva.
Ahora bien, la personalidad de Julio César es complejísima. En ese artículo es muy difícil explicar el contexto histórico en el que vivió y su conducta. Vale decir que fue un hombre astuto, que aprovechó cada adversidad, que no se dejó desalentar por la mala suerte, que inclusive, desafió a quienes eran más poderosos que él y, aun así, logró vencer.
La primera lección de liderazgo que podemos rescatar está en su famosa frase: Vine, vi, vencí. Julio César nos enseña que vencer es importante, pero no lo más importante. En realidad, lo que importa es vencer fácilmente o aparentar que es fácil vencer. Las complicadas intrigas de la política romana no le eran ajenas, pero tampoco parecía estar inmerso en ellas. Siempre fingió ser muy político para los militares y muy militar para los políticos. Esto le permitió controlar ambos escenarios con inigualable maestría.
Ganar una vez no significaba nada. Julio César quería ganar todo el tiempo y eso significaba ganar todos los días algo. Salía permanentemente de su área de confort y exigía de sus soldados lo mismo. Es emblemática (y cruel) esa escena en la que se dice que, si el Ejército Romano comenzaba a marchar demasiado lento hacia una batalla, exigía la presencia de 10 de soldados, 9 de ellos, los más experimentados en batalla. Entonces castigaba brutalmente a 3 de ellos, elegidos al azar, exigiéndole a los otros 7 que, si no eran capaces de acelerar el paso, iban a morir.
Lejos de adjetivar este hecho y entendiendo el contexto de su época, esto provocaba que ser parte de las Legiones del General Julio César fuese un desafío para todos los soldados romanos y, por tanto, un símbolo de prestigio militar y un logro de vida.
En los nuevos acontecimientos, las empresas están obligadas a tener Gerentes y Directores que exijan metas importantes, pero poniendo el mismo empeño de Julio César: ser exigentes en la medida en que se exigen, poner el ejemplo en el desarrollo de una tarea, generar admiración en sus colaboradores. Un jefe que no te enseña algo nuevo todo el tiempo es un jefe que va a terminar generando una percepción de estancamiento.
La segunda lección viene de la manera en la que los soldados veían a Julio César. El General Romano dejaba toda solemnidad, no les llamaba soldados ni les hablaba por sus rangos. Usaba el adjetivo Camaradas, creando una relación de hermandad, pero donde él era el hermano mayor, el que protegía a toda la familia. Igualando a Aníbal, dormía con sus soldados, comía con ellos, hablaba de sus hijos, conocía sus temores y sus errores. Julio César no descansaba sin recorrer las tiendas de los legionarios, probando la habilidad de cada uno de ellos con la espada, con la caballería, con la arquería. Aceitaba pues, a su Ejército, en una permanente vigilancia.
Las empresas requieren tener ocupados a sus colaboradores en cosas que valgan la pena, en cosas que generen valor a su actividad profesional. No en llenar formatos aburridos, no en generar informes engorrosos. Un líder corporativo moderno debate, reta, desafía. Un Director desarrolla a su negocio aceitando a su Ejército, mirando los avances individuales en carácter, habilidades y capacidades. El Jefe se convierte en un sparring, como en el boxeo. Exige, pero enseña. Reta, pero provoca el talento hacia su desarrollo.
La tercera lección es más estratégica. Julio César era un político que entendía la dimensión del tiempo. Concedía pequeñas concesiones cuando más cerca estaba de su objetivo y daba grandes concesiones cuando estaba lejos de conseguirlo. La idea es simple: ceder algo importante genera la impresión de que tienes mucho para poner en la mesa de una negociación, provocando el efecto de poder. Si estás más cerca de obtener algo, por el contrario, se intenta provocar la idea de escasez de elementos, lo que hace que el adversario tenga que comenzar a ofrecer más.
Julio César inició el primer Triunvirato de Roma. El mando lo tenía que compartir con otros dos poderosos Generales: Pompeyo y Marco Licinio. A menudo, estos dos se aliaban contra él, a quien temían por su creciente popularidad en el Ejército. Julio César entendió que tenía solo una opción: ceder. Pero tenía que aprender a ceder. Así que comenzó a construir una plataforma propia y para evitar que sus adversarios lo anularan, se convirtió en la parte conciliadora, provocando malentendidos entre ambos y siendo él, el fiel de la balanza.
Esta estrategia le funcionó. Concesiones grandes en el largo plazo, cesiones pequeñas en el corto plazo. Al final, Licinio murió y Pompeyo se quedó en Roma, pero peleando batallas constantes con el Senado Romano, lo que lo desgastaba (la intriga desgasta cuando no la diriges, sino cuando te controla), prácticamente digamos que Pompeyo era adicto a los mitotes antes que a la alta política.
Julio César se dedicó a conquistar, a crear una plataforma propia (el Ejército). Cuando el Senado comenzó a ver el enorme poder de César, Pompeyo le exigió regresar a Roma. Julio César sabía que, de volver, sería juzgado y humillado. Fue cuando cruza el río Rubicón, iniciando la Segunda Guerra Civil en Roma. De estar a nada de ser depuesto y encarcelado por Licinio y Pompeyo, Julio César pasó en un período de tres años a convertirse en un General que, sin descanso, acumuló poder y construyó su propio destino.
Si algo podemos aprender de este evento, es cómo negociar cuando se está en desventaja. Y es siempre, ganando tiempo. El tiempo es una ilusión y puede ser usada a nuestro favor o en nuestra contra.
La cuarta lección tiene que ver con el riesgo. Cuando Julio César cruza el Rubicón, sabe que el Ejército completo se iba a ir contra él. La Guerra duró cuatro años, con desenlaces de diferente índole en cada batalla. Si bien el Senado apoyaba a Pompeyo, muchos soldados se pasaron al mando de Julio César. La enorme disciplina que pedía César a su Ejército los hacía temibles y leales. Todo se resolvió un 9 de agosto del año 49 A.C., cuando en la batalla de Farsalia, Julio César enfrenta con menos de 30 mil hombres a un Pompeyo que dirigía a 50 mil.
Julio César se ve en problemas, pues comienza a escasear el alimento. Pompeyo decide que solo era cuestión de tiempo para que su rival (y su obstáculo para tener el poder de Roma), muriese de hambre.
Pero algo sucede y es que Julio César entiende que la única manera es hacer lo mismo que su adversario. Marco Antonio, su fiel amigo (y posterior amante de Cleopatra, que para ese momento era la amante de Julio César), le abre una ruta para obtener alimento y le construye una cerca a Pompeyo para que ahora él sufriera de hambre.
Es entonces cuando los veteranos legionarios de César van contra todos los mal entrenados soldados de Pompeyo. Éste último quería ganar usando su superioridad numérica. César, con su genio, quiere abrir un flanco y busca la debilidad del enemigo. Y encuentra que la Caballería de Pompeyo no podría desplegarse con la fuerza necesaria, si eran capaz de encapsularla y luego, contraatacando a la infantería.
Pompeyo no entiende que su fuerza se convierte en su debilidad. Los soldados de César si algo saben, es pelear en desventaja. Anulada la caballería (de nada sirve un caballo si no tiene un terreno amplio para correr), los jinetes se asfixian y la infantería huye. Julio César gana y con ello, el poder total del Ejército y de la Política, los dos brazos de Roma.
La enseñanza es clara: el arte de crear una ventaja tiene que ver con llevar al adversario al terreno que no domina o donde es más débil. La caballería era lo único que tenía Pompeyo para ganar, por eso César decide que ganar significaba no vencerla, pero sí aislarla.
Julio César muere asesinado el 15 de marzo, traicionado por 12 Senadores, dos de ellos, Casio y Bruto, sus mejores amigos. Como a todos los grandes de la historia, son los afectos los que debilitan la visión del escenario. César, el hombre que iba a ser asesinado por piratas (en su adolescencia fue secuestrado por un grupo), el hombre que vivía endeudado (era famoso por pedir altas sumas de dinero que no pudo pagar hasta que consiguió vencer a Pompeyo), el hombre que venció a los Galos (ahora Francia), se convirtió en uno de los estrategas más importantes de toda la historia.
Todo esto puede ser consultado de manera más profunda en el libro “Julius Caesar: Lessons In Leadership From The Great Conqueror”, de Bill Yenne; Foreword by Wesley K. Clark, a 12 dólares en Amazon.
De la tragedia, Shakespeare escribe una de las obras más importantes de la Literatura Universal, en donde el hombre que tenía ninguna posibilidad de hacer historia, se convirtió en un referente para todos los líderes políticos y empresariales de todos los tiempos. Precisamente, dentro del libro, se lee esta maravillosa frase, que explica el carácter desafiante del General:
¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores.