Luis Enrique se llamaba como mi papá. La última vez que lo vi fue en septiembre del 2021. Nos reunimos en el Starbucks de la Guadalupe. Le pedí verlo porque quería despedirme de él antes de irme de Sinaloa. Cuando le conté a donde me iría se alegró sobremanera, me contó lo que había sido para él vivir en esta ciudad y que le daba mucho gusto que tuviera esta oportunidad.
Le conté que en mi última entrevista la persona que me entrevistó había reconocido a ElDebate y le impresionó que formara parta de él. Cuando salí de la entrevista y repasé todo lo que sucedió, entre mis pensamientos estuvo Luis Enrique, él no dudo en recomendarme cuando el periódico le consultó que escritores sinaloenses podía incorporar. En nuestro último encuentro le conté eso y recuerdo que me dijo:
“No tienes que agradecerme. Es tu talento. Además ya necesitamos renovar esto, muchos ya vamos de salida.”
Me dijo que confiaba en que tendría cuidado, que mi madurez me iba a ayudar a no escribir cosas que me metieran en peligro. Sabía porque me lo decía.
Ya me había repetido algo similar hace un año. Aceptó mi invitación cuando le pedí verlo y presentarme como el nuevo Director de Comunicación de la SEPYC. El consejo que me dió fue que tratara a todos bien y que tuviera cuidado, que el periodismo era violento, “tanto que hasta entre nosotros nos destruimos” me dijo. Entonces me contó los detalles de su exilio y porque había vuelto a Sinaloa.
Para un hombre que no se acobardó como casi siempre lo hacen todos. No puede haber las excusas que han dado siempre para todos. Que se haga justicia por lo menos ¿ya que otra cosa se puede hacer?