Conocí a Luis Enrique Ramírez en 2011, a través de sus publicaciones, cuando empezaba mi andar el periodismo. Para mí, Luis Enrique era una leyenda porque siempre iba un paso delante de los reporteros. Incluso en mis asignaciones diarias, mi editor me recomendaba leer su columna para saber qué iba a escribir ese día. Luego mataron a Humberto Millán y Luis Enrique se exilió durante un tiempo.
Al siguiente año finalmente lo conocí en persona cuando fundamos el diario digital Fuentes Fidedignas. En esa época yo me encontraba en un lugar oscuro y, al principio no lo sabía, pero él también estaba en un lugar oscuro. En retrospectiva, me atrevo a decir que era raro que Luis no estuviera sumergido en su oscuridad personal de alguna manera, pero eran los momentos en los que lograba salir a la luz cuando se le podía ver como realmente era: un gran periodista y todavía más grande ser humano.
Recuerdo 2012 como un año horrible en mi vida, pero hubo una serie de cosas buenas que me pasaron y me ayudaron a ver la luz al final del túnel. Una de esas cosas fue integrarme al equipo de Luis Enrique, formado en un inicio por Lya Mendoza, ahora mi esposa, Irene González, Paola Palos y Cynthia Valdez. Todos, incluido Luis Enrique, estuvimos en algún momento en El Debate, y una constante en el trabajo diario era romper con el oficialismo que entonces dominaba la empresa y escribir noticias realmente importantes. En cierta medida había días que lo lográbamos, y cuando no, irremediablemente caía de nuevo en mi propia oscuridad.
Luis Enrique se dio cuenta y me ayudó desde el primer momento. Nunca me pidió nada a cambio más que mi trabajo y, aunque no siempre cumplí, siempre hacía lo posible por corresponder el esfuerzo. Era en esos momentos difíciles, en medio de decepciones amorosas y alcoholismo, que lograba ver a Luis Enrique en la oscuridad. Otros periodistas siempre atribuían a su personalidad el que desapareciera de la escena periodística por días o semanas, pero ahora sé que en realidad libraba la batalla más difícil que uno puede enfrentar: la batalla consigo mismo y sus demonios personales.
Ver a Luis Enrique ganar esa batalla de vez en cuando fue lo que me dio fuerza en esa época para salir adelante. No tener que estar bien todos los días, pero no dejarme vencer. Si bien Luis no siempre ganaba, logró mantener a sus demonios a raya, o por lo menos no se dejó dominar por ellos. Ni siquiera al final de su vida Luis fue vencido por sus demonios y, aunque todos podemos caer en algún momento, deberíamos saber que, como Luis, podemos luchar para recuperar la luz.