Videojuegos, apuestas, sexo, alcohol… ¿son adicciones o simplemente aficiones?

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Algunos comportamientos que popularmente se califican de «adictivos» están lejos de tener las mismas características y gravedad que aquellos relacionados con las drogas

Adicción al azúcar, a la sal, a las hamburguesas, a los videojuegos, a la televisión, al sexo, al trabajo, a Internet, a las compras… día tras día los medios hablan de que muchísimas cosas que podríamos llamar simplemente aficiones intensas son ‘adicciones’ comparables al uso excesivo de drogas o alcohol.

La Asociación Psiquiátrica Estadounidense es mucho más restrictiva en el uso del término. «El trastorno por uso de sustancias (TUS) es una afección compleja en la que hay un uso descontrolado de una sustancia a pesar de las consecuencias dañinas que conlleva. Las personas con TUS tienen un enfoque intenso en el uso de ciertas sustancias, como el alcohol, el tabaco o las drogas ilegales, hasta el punto en que la capacidad de la persona para funcionar en la vida cotidiana se ve afectada. Las personas siguen usando la sustancia incluso cuando saben que les está causando o les va a causar problemas. Los TUS más graves a veces se denominan adicciones».

Esta definición, mucho más centrada en la fisiología de nuestro sistema nervioso, excluiría a las adicciones no químicas porque, de nuevo según esta asociación, quienes padecen este trastorno «pueden tener pensamientos y comportamientos distorsionados. Los cambios en la estructura y función del cerebro hacen que las personas tengan deseos intensos de consumo, cambios en la personalidad, movimientos anormales y otros comportamientos. Los estudios de imágenes cerebrales muestran cambios en las áreas del cerebro que se relacionan con el juicio, la toma de decisiones, el aprendizaje, la memoria y el control del comportamiento». Los cambios que sufre el cerebro, y que son detectables y medibles, pueden además perdurar mucho más allá del momento en que desaparecen los efectos de la sustancia, la intoxicación, la sensación por la cual, precisamente, se consume.

El síndrome de abstinencia
Pero, también, la sustancia se sigue consumiendo como una forma de evitar el síndrome de abstinencia, que es una violenta reacción del cuerpo a la falta de la sustancia adictiva. Como explican los investigadores Mohit Gupta, Srinivasa B. Gokarakonda y Fibi N. Attia del Centro Nacional de Información de Biotecnología de los EE.UU., el cuerpo humano busca la homeostasis, es decir, un proceso activo para mantener las condiciones estables necesarias para la supervivencia. Cuando se administra una sustancia adictiva, el cuerpo se adapta a sobrevivir con ella, dando como resultado la tolerancia a la misma que hace que se necesiten dosis cada vez mayores para obtener los efectos deseados. En el caso del alcohol, por ejemplo, interactúa con neurotransmisores y neurorreceptores que afectan el equilibrio químico e inducen la sensación de placer y la motivación para continuar el consumo.

Si se interrumpe súbitamente el suministro de la sustancia, especialmente cuando se ha desarrollado una tolerancia relevante, se rompe el equilibrio logrado con el hábito y se producen reacciones que pueden ir de leves a violentas. En el caso del alcohol, nuevamente, la abstinencia puede producir hiperactividad, respiración acelerada, aumento en la temperatura, sudoración, temblores y, en alrededor de una cuarta parte de los casos, alucinaciones, el llamado ‘delirium tremens’. La abstinencia de barbitúricos y benzodiacepinas es leve, pero puede llevar a convulsiones, síntomas psicóticos y degradación muscular, mientras que la de los opiáceos puede incluir náuseas, estornudos, diarrea, vómitos y sensación de pánico, pero no suelen poner en riesgo la vida. Por último, la abstinencia de cocaína, anfetaminas y otros estimulantes del sistema nervioso central tampoco pone en riesgo la vida, pero se caracteriza por una profunda depresión que puede durar varias semanas, además de somnolencia e inquietud.

Los comportamientos que se llaman adicciones pero que no presentan alteraciones fisiológicas y por tanto no producen síndrome de abstinencia han sido abordados en el conocido ‘Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales’ (DSM-5) bajo una nueva categoría de ‘adicciones conductuales’ a las que, de momento, solo pertenece la adicción a las apuestas. En este caso, se observa que la ludopatía tiene algunas similitudes con los trastornos relacionados con el uso de sustancias adictivas, y estas similitudes pueden ayudar a comprender y tratar la ludopatía. Otros comportamientos, como jugar de modo obsesivo en Internet, se consideran como situaciones que aún demandan investigación adicional, lo cual es aplicable a todas las demás actividades que popularmente se consideran ‘adicciones’.

¿Adicciones o aficiones?
El gran debate sobre las adicciones no químicas es, sobre todo, si realmente la persona que las padece, quien juega videojuegos, quien ve muchas series en televisión, quien compra al parecer compulsivamente, son en realidad incapaces de controlarse o bien están tomando libremente la decisión de entregarse a esos comportamientos y la idea de que no controlan su comportamiento es una ficción. Las adicciones conductuales provocan, al igual que las relacionadas con sustancias que afectan al sistema nervioso, una sensación de placer y recompensa, pero no tienen los elementos de tolerancia y alteración de la neuroquímica que tienen las sustancias.

Más allá del DSM-5, cabe señalar que muchas clínicas, instituciones y organizaciones dedicadas a dar tratamiento a estos comportamientos, suelen tratarlos como si fueran indistintos de las adicciones a sustancias, ofreciendo a las personas que se sienten incapaces de controlar un comportamiento determinado, y a sus familias, esperanza para recuperar un mayor equilibrio social, psicológico y familiar en sus vidas. Que sean o no iguales a las adicciones químicas resulta, finalmente, irrelevante ante las evidencias de que ciertos enfoques terapéuticos parecen ser realmente efectivos en el control de tales comportamientos.

Sin embargo, incluso los estudios más amplios señalan que la relación de las adicciones conductuales con trastornos psiquiátricos o con la dependencia de sustancias aún carece de investigaciones sólidas, amplias y representativas que ofrezcan conclusiones rigurosas.

Mientras tanto, conviene ser cautos al hablar de adicción a lo que nos gusta, sea el chocolate, el ciclismo, el cine o la cría de cachorros de pastor belga. Por un lado, quizás estamos exagerando lo que es una simple proclividad natural humana a obtener placer de ciertas actividades y, por otro, estaríamos minimizando la gravedad de las dependencias de sustancias que son uno de los grandes problemas de salud de nuestro mundo en el siglo XXI.

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