¿Cuál debe ser el pago por servir un sándwich? ¿Cómo se calcula el ingreso mínimo que un trabajador debe recibir por desempeñar una actividad? ¿Debe ganar lo mismo el cocinero de un McDonald’s que el intendente de un Corporativo?
Todas esas preguntas dan origen a una rama de la economía relacionada con el trabajo y sus implicaciones. No es sencillo contestar ninguna, porque hay una enorme cantidad de variables que pueden modificar los resultados. Por ejemplo, tendríamos que considerar que no es lo mismo vivir en Miami que vivir en Houston, puesto que cada ciudad tiene diferente nivel de complejidad económica y sectores más desarrollados. También tenemos que considerar los conocimientos y la capacidad de cada persona, porque, aunque tengan el mismo título académico, su personalidad, su habilidad y su compromiso con un trabajo, modifica absolutamente el ingreso producido.
El Derecho Positivo, particularmente en México, respondió lo anterior bajo un postulado que hasta está escrito en la Constitución. Básicamente, se hizo ley que las personas “debían” ganar un sueldo digno, entendiendo por digno un monto de dinero que permita (agárrese querido lector), tener alimento, casa, calidad de vida, educación, y, además, ocio.
Si el Derecho contestó así, la Ciencia Económica se quedó en el problema, porque ¿cómo se puede optimizar el trabajo de una persona para que pueda alcanzar todos esos objetivos con un ingreso?
Para responderlo, los movimientos sindicales en todo el mundo a partir de más o menos por allá de 1890, comenzaron a exigir un salario mínimo. Esta lucha, justa y digna, se convirtió en el primer problema para un capitalismo atroz que para finales del siglo antepasado representó uno de los mayores conflictos sociales de la historia. El movimiento sindical produjo conquistas importantes que le dieron, ahora que sí, dignidad a las deplorables condiciones de trabajo que tenían las clases sociales más pobres. Recordemos que, en ese tiempo, Londres y otras capitales del mundo contrataban niños por apenas unas monedas, exigían jornadas de hasta 18 horas sin descanso y prácticamente explotaban a cuanto ser humano era posible.
Fue Franklin D. Roosevelt, a raíz de su política económica titulada el New Deal, quien además de enfrentar condiciones durísimas de desempleo, fijó como política de todo Estados Unidos que existiera un salario mínimo. No sabemos cómo hizo el cálculo, pero el Gobierno Federal de aquél país comenzó a pagar a los obreros un ingreso mínimo por hora de trabajo.
La medida nunca gustó a muchos. Impugnación tras impugnación, no fue sino hasta 20 años más tarde que finalmente se determina como obligatorio, dejando a cada Estado la capacidad de acordarlo con las fuerzas productivas internas.
En México, nuestra Constitución en temas sociales resultó ser más avanzada que la de muchos países, incluida la de Estados Unidos. En 1917 nosotros ya teníamos lo que Estados Unidos determinó en 1933. Pero, aun así, la duda quedó en el aire, puesto que fue difícil encontrar un acuerdo interno, ya que el aparato productivo estaba destruido por la Revolución y la reconstrucción de una economía nacional fue compleja.
Por alguna razón, el salario mínimo sigue siendo una constante duda en el debate académico. Y tienen que ver muchas razones para ello. La manera en que una ciudad desarrolla su aparato comercial, productivo y económico es única y no puede entenderse como un modelo estándar que describa a otras ciudades. Mucho menos de países.
Encontramos datos contradictorios que al menos, generan una duda razonable sobre las regulaciones laborales de cada región. Por ejemplo, en México no se paga por hora, sino por día. Lo peor, no hay con certeza un mecanismo de compensación clara para las horas extras que un empleado dedica. Más aún, según datos de la misma OCDE, México es el país con menor productividad, pero el que más tiene trabajadores en sobre tiempo de su jornada laboral. En pocas palabras, trabajamos más que muchos, pero producimos menos. Y por resultado, ganamos mucho menos.
Sin embargo, a la Economía le hacía falta entender qué puede hacerse y qué no puede hacerse en relación a los salarios. Una de las ideas más establecidas (con poca evidencia empírica) era que subir el salario implicaba generar desempleo. Pasaba que creíamos que esta idea preconcebida era imposible de debatir, que era incuestionable. Y así estuvimos en México más o menos 30 años, con salarios prácticamente estancados y con una clase trabajadora que difícilmente podía enfrentar las enormes variaciones inflacionarias de las últimas décadas.
Por allá por 1993, dos geniales economistas comienzan a cuestionar ese postulado. David Card y Alan Krueger se fueron a recorrer todos los restaurantes de New Jersey y Pensilvania para medir el efecto del aumento del salario mínimo en esos estados y los aledaños. Un incremento de más o menos un dólar por hora, que, por cierto, que fue producto más del debate político que de una razón técnica económica.
En aquellos momentos, New Jersey estaba pasando por una recesión, lo que era utilizado por quienes estaban en contra de la medida como una razón para evitarla. Card y Krueger van y tratan de entender qué pasó con la economía y, sobre todo, si era cierto el temor del aumento del desempleo.
En una investigación que significó entrevistar a casi 500 dueños de restaurantes, los economistas encontraron evidencia que el aumento no estaba relacionado con la recesión de la zona ni la de los estados cercanos. Inclusive, encontraron que la medida había protegido mejor a los dueños de negocios, que se convirtieron en el único sector generador de empleo en las zonas urbanas.
Por esta investigación, que con evidencia demostró que la Economía Laboral es sumamente necesaria para entender los choques internos y externos, el día de ayer David Card fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Desafortunadamente su colega falleció hace unos años, víctima de una larga depresión que lo llevó al suicidio.
Pero lo importante e interesante del documento de 50 cuartillas es que, si bien no conecta directamente un aumento del salario con un aumento del empleo, si destruye la hipótesis de que automáticamente se generan despidos. Es decir, que es una variable pero que es la que menos interviene en el desempleo y en la recesión.
El trabajo no dejó de ser controversial, junto con otras investigaciones de Card. También hizo un análisis sumamente interesante sobre el peso de los migrantes en la economía, concluyendo que es falsa la premisa de que le quitan empleos a la comunidad originaria.
El economista estudió el efecto de los más de 125 mil cubanos que abandonaron la isla y se dirigieron a Miami, con lo que la fuerza laboral en dicha ciudad aumentó hasta 7 por ciento, generando un movimiento económico impresionante en los 90´s. Sus datos desmienten que los migrantes sean peligrosos para un país, al menos bajo la óptica de que al aumentar la oferta laboral, existe una caída en los salarios.
Estas investigaciones tienen un enorme alcance social y político, porque no solo destruyen mitos creados, sino que también pueden ser el fundamento de una nueva serie de políticas públicas, particularmente las relacionadas con la forma en que se debe de hacer una Ley Laboral y construir nuevos mecanismos de negociación entre empresarios y trabajadores. Son también un punto de partida para entender que la economía digital tendrá un efecto importante en las regulaciones laborales, en el sistema de pensiones y en la creación de un seguro de desempleo en países como México.
La economía es una extraordinaria ciencia que tiene mucho que aportar en beneficio de la sociedad. Siguiendo el ejemplo de Alfred Nobel, mucho hay que hacer, mucho hay que investigar y sobre todo, mucho hay que mejorar al mundo con y a través de la ciencia.
SIGUE A ÓSCAR RIVAS EN:
Economista. Maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard y del Programa de liderazgo y ciudades inteligentes de la Fundación Naumann, de Alemania.