En el torbellino de las elecciones presidenciales, una fuerza emergente ha surgido para sacudir los cimientos del status quo político: la juventud mexicana. El reciente “Simulacro electoral 2024” organizado por el Consejo Electoral Universitario (CEU) no solo ha sido un ejercicio técnico, sino un poderoso recordatorio de la importancia de la participación juvenil en el proceso democrático.
Con más de 255 mil estudiantes de prestigiosas instituciones como la UNAM, el IPN y la UAM ejerciendo su derecho al voto, este simulacro ha demostrado ser “la medición de intención de voto más grande que se haya hecho en el país rumbo a las elecciones del 2024”. Una afirmación audaz, pero respaldada por la abrumadora victoria de Claudia Sheinbaum, candidata de Morena, al obtener el 63.5% de los votos estudiantiles.
Más allá de los números y las cifras, este ejercicio es un recordatorio palpitante de la fuerza transformadora que yace en las manos de la juventud mexicana. Representando el 37% de la Lista Nominal del INE, con más de 36 millones de jóvenes entre 18 y 34 años, este segmento de la población tiene el potencial de ser un verdadero agente de cambio en las próximas elecciones.
Sin embargo, no podemos caer en la trampa de asumir que este simulacro es un reflejo perfecto de la realidad electoral. La diversidad de contextos y realidades que enfrentan los jóvenes mexicanos es vasta y compleja, y sería ingenuo pensar que una muestra, por más grande que sea, puede capturar la totalidad de sus aspiraciones y preocupaciones.
Pero, ¿no es acaso esta la esencia misma de la dialéctica democrática? Un proceso constante de debate, diálogo y confrontación de ideas, donde la síntesis final es forjada en el crisol de la diversidad. Los resultados de este simulacro no son una verdad absoluta, sino un punto de partida para la discusión y la reflexión.
Y es aquí donde radica la verdadera importancia de este ejercicio: en su capacidad para impulsar el compromiso cívico de la juventud y su participación activa en la construcción de un futuro mejor para México. Los organizadores del simulacro reconocen este papel al afirmar que uno de sus objetivos era “promover la participación en las elecciones del próximo 2 de junio, sobre todo para quienes votarán por primera vez”.
Más que una simple práctica electoral, este simulacro es un llamado a la acción, un recordatorio de que la voz de la juventud no debe ser silenciada, sino amplificada y escuchada. Los organizadores llaman a los candidatos presidenciales a “hacer manifiesto que la comunidad universitaria es motor del desarrollo del país”, reconociendo así el poder transformador que yace en las manos de estos jóvenes ciudadanos.
Ciertamente, este ejercicio no está exento de críticas y cuestionamientos. Algunos detractores lo han desacreditado como un “ejercicio ‘patito'”, mientras que otros han expresado preocupaciones sobre posibles sesgos al llevar “las campañas a sus universidades”. Estas críticas son válidas y deben ser abordadas con seriedad, ya que la transparencia y la equidad son pilares fundamentales de cualquier proceso democrático.
Pero, al final, lo que este simulacro ha logrado es algo mucho más valioso que un simple conteo de votos: ha encendido la llama de la participación cívica en los corazones de los jóvenes universitarios. Ha demostrado que, a pesar de los desafíos y las críticas, la juventud está dispuesta a alzar su voz y ser escuchada.
En el umbral de las elecciones del 2 de junio, este simulacro no es un punto final, sino un punto de partida. Es un recordatorio de que la juventud mexicana tiene el poder de moldear su propio destino y el de su nación. Ya sea a través del voto, del activismo o del compromiso comunitario, la participación juvenil es esencial para construir un México más justo, equitativo y próspero.
Es momento de que los jóvenes, levanten su voz y hagan que se escuche. Participen, debatan, cuestionen y exijan cambios. Porque solo a través de su participación activa podremos forjar un futuro que refleje verdaderamente las aspiraciones y los sueños de la nueva generación de mexicanos.