La educación debería ser un camino hacia el conocimiento y el desarrollo personal. Sin embargo, se ha convertido en un sombrío terreno de angustia para millones de estudiantes en todo el mundo. Un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reveló que el 27% de los alumnos sufren de síntomas severos de ansiedad y depresión relacionados con el estrés académico.
En México, las cifras del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente sobre depresión en adolescentes son escalofriantes: 18% ha sufrido un episodio depresivo mayor. Una pandemia silenciosa que se propaga sin control en los centros educativos.
¿Pero cuáles son las causas profundas de esta crisis de salud mental estudiantil? Las raíces se encuentran en un sistema pedagógico sumamente anticuado y deshumanizante. Aún persisten prácticas docentes arcaicas como sobrecargar de trabajos y tareas sin sentido, dar prioridad absoluta a resultados numéricos sobre el aprendizaje significativo, así como horarios extenuantes que no permiten equilibrio alguno.
Jornadas de clases que fácilmente superan las 6 horas, más todas las tareas, trabajos y horas de estudio posterior necesarias. Un tormento interminable de estrés, ansiedad y privación de sueño al que nuestros estudiantes se ven sometidos, día tras día. Todo en pro de “buenas calificaciones” que son el único objetivo.
La pedagogía tradicional ha sacrificado por completo el bienestar integral de los alumnos para imponer un molde rígido centrado en la productividad y los resultados cuantitativos. Los costos han sido devastadores tanto para la salud física como mental.
Problemas de concentración, trastornos alimenticios, migrañas, insomnio, depresión severa, e incluso ideación suicida, son solo algunas de las terribles consecuencias que aquejan a estudiantes en todos los niveles académicos. Y resulta aún más preocupante que los índices más altos se den entre la población universitaria, donde el 35% experimenta una condición de salud mental según la Organización Mundial de la Salud.
En esta crítica etapa de consolidación hacia una vida profesional independiente, los universitarios se ven sometidos a exigencias laborales excesivas, estrés financiero y una total desconexión con sus necesidades personales de crecimiento y autorrealización. Un cóctel perfecto para el surgimiento de trastornos psicológicos graves.
Es urgente un cambio radical de paradigma. La educación debe concebirse como un medio para forjar seres humanos plenos, no simples máquinas de producción y consumo. Esto implica implementar nuevos modelos pedagógicos orientados al desarrollo multidimensional de los educandos.
Tanto las instituciones académicas como las familias y la sociedad en su conjunto deben comprometerse a prestar especial atención a esta problemática que está arruinando el presente y futuro de nuestros jóvenes. Programas de acompañamiento psicológico, control de cargas académicas, ambientes más estimulantes y humanistas, son sólo algunas de las tantas acciones pendientes.
Ya no podemos seguir tolerando un sistema que enferma en lugar de educar. Nuestros estudiantes no están deprimidos, estamos deprimiendo sus anhelos, creatividad y vitalidad con prácticas caducas. Urge evolucionar hacia entornos académicos que promuevan la formación integral, estimulen el pensamiento crítico y, sobre todo, fomenten la buena salud física y mental.
La educación es un derecho humano fundamental que debe garantizarse priorizando el bienestar de nuestros alumnos. Sigamos tolerando esta situación y estaremos condenando a nuestro presente y futuro a un cruel bucle de desesperanza. Actuemos hoy para revertir esta lamentable realidad. Por un mañana donde las aulas sean espacios de inspiración, no clínicas de estrés y angustia.