Desde mi perspectiva como experto en nutrición clínica, he sido testigo diariamente en mi consultorio acerca de la íntima relación existente entre las emociones que experimentamos las personas y el funcionamiento óptimo o deficitario de esos delicados engranajes que constituyen nuestros sofisticados sistemas hormonales.
Cuando el organismo se ve sometido de forma frecuente y crónica a diversos estímulos estresantes de cualquier índole, ya sea en la esfera laboral, académica, económica, social o afectiva; se activan una serie de ejes neuroendocrinos entre los que destaca en especial el constituido por la estrecha interacción entre el hipotálamo, la pituitaria, y las pequeñas, aunque muy importantes, glándulas suprarrenales ubicadas justo sobre los riñones.
Este fundamental eje hipotálamo-pituitario-adrenal es el gran coordinador encargado de modular en el organismo la producción de una enorme cantidad de metabolitos extraordinariamente activos, destacando entre ellos la hidrocortisona o cortisol. Se trata de una reconocida hormona relacionada con la mediación sistémica ante el estrés.
Sin embargo, el agudo o muy frecuente desequilibrio en los niveles de estas cruciales señales químicas, especialmente cuando se producen en exceso o de manera sostenida en el tiempo, genera a la larga tremendas consecuencias, observándose desde efectos psicológicos adversos como una acentuación de los síntomas de ansiedad o depresión, hasta variados desajustes de orden más puramente metabólico o bioquímico.
Por sólo mencionar algunos ejemplos, tenemos la creciente dificultad para poder conciliar un sueño reparador debido en gran medida a alteraciones en los ritmos circadianos del organismo, o bien, la indeseada tendencia evolutiva hacia la acumulación excesiva de triglicéridos y grasa corporal en áreas abdominales y órganos internos clave como puede ser el hígado (síndrome metabólico), provocada esto por la conocida resistencia que el cortisol en exceso puede promover contra la acción de la insulina en tejidos periféricos, contribuyendo así significativamente a desregular el metabolismo de la glucosa en el cuerpo con el paso del tiempo.
Del mismo modo, diversos estudios han vinculado estos fenómenos de exacerbación del eje hipotalámico-pituitario-adrenal debidos al estrés cotidiano, con una cada vez mayor dificultad en el control efectivo de los antojos de comer, especialmente por alimentos altamente calóricos y poco nutritivos en términos generales.
Otro hallazgo que me parece crucial destacar, tiene que ver con el hecho probado de que la ansiedad patológica y los pensamientos intrusivos o rumiantes propios de un sistema nervioso sensibilizado por dicho eje frente al estrés psicosocial tan frecuente hoy en día, alteran de forma significativa a la diversidad y equilibrio de la microbiota intestinal, que cumple funciones fundamentales para nuestra salud. Esto sólo contribuye a exacerbar en gran medida todos los fenómenos anteriormente descritos, retroalimentando más el círculo vicioso del problema original.
Si bien el estrés agudo forma parte inherente e inevitable del curso de la experiencia humana, resulta de vital importancia que como sociedad eduquemos lo antes posible acerca de estrategias efectivas para su gestión crónica o repetida. De este modo podríamos llegar a prevenir en el futuro toda una gran variedad de padecimientos tanto psíquicos como metabólicos muy graves, que tanto están afectando hoy en día a la población mundial.
Depende de nosotros modificar constructivamente esta preocupante tendencia antes de que sea demasiado tarde.