El 24 de enero de 2021, el presidente López Obrador anunciaba de manera intempestiva su contagio por COVID. Nadie podía creer esa noticia. Sobre todo, si consideramos que días previos había mostrado su escudo protector de estampitas de Detente. Era inconcebible que el bicho hubiera traspasado ese complejo sistema inmune. La sorpresa fue doble. El presidente entregó una receta infalible para dejar al virus fuera de nuestro cuerpo: bastaba con no mentir, no robar y no traicionar para tener una vida sin preocupaciones libre de todo COVID. De cualquier forma, la enfermedad atacó al mandatario tetratransformador.
Tras el anuncio del contagio, López Obrador se entregó a la oscuridad. Dejó correr los rumores sobre su estado de salud. Opositores y algunos medios se fueron de boca asegurando que el presidente estaba en agonía o, incluso, muerto. Días después, el 29 de enero apareció en un video de una duración de 13 minutos caminando por los pasillos del palacio, contando anécdotas de la historia mexicana, hablando de zopilotes y señalando a todos que le desearon la muerte en los tiempos de enfermedad.
Los mexicanos tenemos memoria de pez (a los 20 segundos se nos olvida cualquier cosa). Los analistas, políticos y medios de comunicación volvieron a caer en el juego de dos años atrás. Como reloj suizo, presidencia y opositores, fueron repitiendo exactamente el mismo patrón de comportamiento de lo ocurrido en el primer contagio de COVID del presidente. En Yucatán, López Obrador mostró síntomas de la enfermedad. Fue trasladado a la CDMX y volvió a esconderse en las sombras. Las redes sociales volvieron a inventarse cuentos, los analistas y medios lo replicaron, tres días después el presidente regresa con un video de 18 minutos caminando por los pasillos del palacio, contando anécdotas de la historia mexicana, hablando de zopilotes y señalando a todos que le desearon la muerte en los tiempos de enfermedad. Misma historia; mismo final.
Algunos comparan estos comportamientos del presidente (jugadas llaman ellos) con el de los grandes maestros de ajedrez. Consideran que la capacidad de manipular la agenda pública por parte del presidente tiene que ver con sus dotes de genio de la comunicación y estrategia política. El presidente es un político astuto, pero está muy lejos de ser un jugador de ajedrez. En México, los políticos están muy lejos de ser ajedrecistas. Están muy lejos de ser jugadores de damas. A lo mucho son jugadores malos del juego infantil que casi todos conocemos como gato (#).
A diferencia del ajedrez, donde existen millones de combinaciones posibles y variables que vuelven impredecible el desarrollo del juego, jugar al gato (#) es sencillo. Tienes nueve combinaciones diferentes para iniciar la partida, pero sólo unas cuantas te garantizan el triunfo desde el inicio siempre y cuando tu adversario conteste con determinada decisión. Por lo general, si conoces bien las pocas estrategias del juego del gato, arrancar la partida te garantiza no perder; por otro lado, ser el segundo jugador te representa minúsculas posibilidades de triunfo. El oponente tendría que ser muy torpe para perder siendo el primero en iniciar el juego.
López Obrador tiene muy pocas jugadas. Las repite casi siempre. Es extremadamente predecible. El problema es que sus adversarios son todavía más predecibles y mucho más limitados. Son el segundo jugador del gato. López Obrador abre el juego en la misma posición y la oposición se queda petrificada para volver a jugar en el mismo lugar que garantiza el triunfo al presidente. Ambos (presidente y opositores) son pésimos jugares de gatos. Simplemente la oposición juega mucho peor que el presidente.
López Obrador juega con sus gatos todos los días. Practica sus jugadas. Por donde camina va dejando X y O. La mañanera es su cuaderno de rayado preferido. Repite una y otra vez las mismas posiciones y movimientos. Tiene nueve opciones diferentes para poner su tirada, pero no le hace falta. Un solo recuadro repetido es suficiente para, desde ahí, construir su triunfo. Muy pocas veces ha tirado en segundo lugar; aun así, la oposición es tan mala que le alcanza para recuperarse y juntar tres figuras en línea para dejar a los perdedores viéndose consternados el ombligo por su falta de pericia en el juego.
El presidente tiene sus gatos. Juega con sus gatos. Practica son sus gatos. Es el amo de los gatos. No le hace falta jugar al ajedrez. Nadie juega a eso. Estamos atrapados en un eterno juego del gato de infantes preescolares. Somos un país que nos alcanza para ser jugadores semi profesionales de gato.
¿Usted qué opina amable lector? ¿Usted también juega al gato o juegan al gato con usted?