Luis Enrique, el maestro que nos unió en Fuentes Fidedignas

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Aquel 7 de junio de 2012, el proyecto de Fuentes Fidedignas arrancó con un pequeño grupo de periodistas, todos éramos por entonces menores de 30 años y teníamos suficiente energía para empeñar nuestro esfuerzo en lo que creíamos no sólo una fuente de noticias, sino fuente de perseverancia y una fuente segura de empleo, con un sueldo que para la época era mejor que otros medios. Dicho de otro modo, Fuentes fue un imán que nos unió en el oficio donde Luis Enrique fue uno de nuestros maestros.

Luis nos abrazaría no sólo como un jefe responsable, sino como un compañero más, un periodista solidario al que le teníamos admiración por el trabajo que hizo en sus años de juventud y por el que ahora representaba como columnista especializado.

Yo, Cynthia, por entonces tenía un embarazo de unos meses y para mí era impensable que alguien me contratara con semejante barriga de la que luego nació mi hija. Todo el tiempo Luis Enrique estuvo al pendiente de mí, al igual que el resto del equipo que conformamos Fuentes Fidedignas, me dieron su apoyo, y no dejaré de recordar que enviaba notas hasta desde mi cama de alumbramiento.

Por otro lado, yo, Martín, me sumaría tiempo después no sólo como reportero, sino como editor de cierre, y con eso vino también la libertad de publicar un periodismo que pocos medios se permitían, como crónicas aventuradas y reportajes que golpeaban directo al poder.

Junto con Luis, nos sentimos orgullosos del trabajo que hacíamos, con toda la vitalidad que debe mostrar el periodismo, recordamos que nunca nos coartó nuestra libertad de expresión, y que él mismo como tropa que era, sabía respetar el ejercicio del oficio. Incluso en ocasiones tuvimos publicaciones arriesgadas.

En aquella oficinita de la avenida Nicolás Bravo (aquel 7 de junio en que no existía la muerte) no solamente ocurrieron desavenencias, incluso malos entendidos profesionales –que casi siempre transitaban–, también hubo verdaderas discusiones en torno al ejercicio profesional, algo que ya pocas veces experimentamos en la era de las redes sociales, que opacan el debate de la cosa pública y que extenúan las ganas de crear modelos nuevos que sirvan de referencia para generar un contenido que busque un sentido profundo y social.

Nuestra época al lado de Luis Enrique permitió todo esto. Por desgracia, ser críticos y profesionales provocó un bloqueo económico que terminó por obligar a nuestro director a reestructurar el proyecto, por lo que poco tiempo después salimos de Fuentes para emprender nuestro camino.

No fue un camino distinto al de Luis Enrique Ramírez. A 10 años de distancia, nos entristece el panorama sombrío en el que ejercemos esta profesión tan bella pero tan ingrata. Tanto nuestro querido LER como nosotros, tuvimos que pasar por muchas situaciones adversas, cada quien desde su trinchera.

Durante nuestro exilio, cómo olvidarlo, me dedicó a mí, Cynthia, las palabras más bellas en un artículo en su columna El Ancla, cuando di a conocer mi condición de exiliada en Ciudad de México. Hoy tristemente a Luis Enrique le arrebataron la vida de una manera tan cobarde y eso provocó un fuerte golpe a todos nosotros que compartimos con él un día una redacción.

Lamentablemente escribo estas palabras ahora que emprendí nuevamente el camino del exilio forzado, y que se respira un clima sombrío para ser periodista y ser mujer sobre todo.

Hoy lloramos su artero asesinato y condenamos la revictimización que hacen de su querida persona. Si algo tenía Luis, era nobleza como para ser blanco de un espantoso crimen por el móvil que presume la Fiscalía del Estado. Hoy más que nunca, exigimos transparencia en su caso y condiciones dignas para ejercer el oficio, no podemos estar enterrando a nuestros amigos y amigas, nadie de nosotros tenemos que convertirnos en blanco de criminales.

En los últimos 11 años, hemos despedido a tres grandes amigos, Humberto Millán, Javier Valdez y ahora Luis Enrique. ¿Cómo se le llama a quienes pierden amigos en una lucha desigual, donde nuestras únicas armas son las palabras? Pero a la vez esas palabras son nuestra mejor y única defensa, nuestro reducto de consuelo, la esperanza que nos abraza, la fortaleza con la que insistimos en este oficio sin mucho porvenir, y del que soñamos permanecer vivos hasta final.

Atentamente:

Cynthia Yarel Valdez García, desde el exilio.

Martín Durán Romero, desde la trinchera dinamitada.

7 de junio de 2022

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