El sudor, la piel muerta, los fluidos corporales, el polvo, el polen… se acumulan en nuestras sábanas con el tiempo.
Existe sorprendentemente poco consenso cobre la frecuencia con la que es preciso cambiar las sábanas de la cama. La demografía juega un papel importante en esta cuestión: por ejemplo, un estudio encontró que la mitad de los hombres solteros del Reino Unido pueden pasar más de cuatro semanas sin lavarlas.
La verdad es que se trata de una cuestión importante. Más allá de lo agradable o desagradable que esta información pueda resultar, la realidad es que no lavar las sábanas lo suficientemente a menudo puede tener serias implicaciones para la salud.
Riesgo de alergias e infecciones
Cuando dormimos, sudamos. Perdemos células muertas de la piel. También salivamos, y, especialmente si tenemos relaciones sexuales en la cama (aunque no únicamente en este supuesto), emitimos fluidos genitales. Todo esto se acumula en las sábanas.
No solo esto, sino que los textiles son además la superficie ideal para que se acumulen con el tiempo otros elementos como polvo, pelo de animal o polen de plantas suspendido en el aire.
En cantidades suficientes, explica una psicóloga experta en sueño en una entrevista al medio británico BBC, esta mezcla de elementos puede convertirse en un caldo de cultivo ideal para el crecimiento de bacterias, hongos y ácaros.
Cuando esto sucede, corremos cierto riesgo de padecer algunas infecciones (por ejemplo, del tracto urinario) pero, especialmente, de que surjan problemas alérgicos o empeoren en las personas que ya los tengan. Así, no cambiar a menudo las sábanas de la cama puede resultar en erupciones cutáneas, asma o rinitis crónica.
El aspecto psicológico
Sin embargo, hay otro aspecto que deberíamos considerar: el psicológico. Y es que todos esos elementos que tienden a acumularse en las sábanas dejan huellas sensibles, como manchas u olor.
Lograr un descanso adecuado con una duración apropiada es vital para nuestra salud. Y tratar de meterse en una cama que huele a sudor o que está visiblemente sucia no ayuda psicológicamente a sentirse cómodo en el lugar de descanso, con lo que puede perjudicar seriamente a la calidad del mismo.
Si tenemos en cuenta estos dos aspectos, el puramente biológico y el psicológico, la experta considera que lo ideal sería cambiar las sábanas cada semana, y el plazo máximo serían dos semanas.
Cumplir con estas indicaciones no sólo puede ayudarnos a evitar infecciones y reacciones alérgicas (agudas y crónicas), sino también a lograr un descanso más placentero y reparador.