Tener la “narrativa” en los medios no es suficiente para ganar una contienda política. Abajo, en las calles, lo que se escucha define el sentido del voto, incluso en escenarios corporativos, sobre todo en sociedades donde el despertar político se relaciona con una historia de luchas sociales, como México.
La fortaleza electoral, cuando se trata del voto corporativo, está definida por las siglas del partido; pero cuando estas se han desgastado por el ejercicio del poder, es necesario abrir espacios y permitir que los liderazgos se posicionen para romper los conservadurismos internos, refrescando a los grupos y dando sentido al quehacer político.
El control de la partidocracia sobre la definición de candidaturas es lo que limita la renovación de los grupos partidistas y la consolidación de los partidos como instrumentos de la sociedad para tomar las riendas de la vida pública. Este control, lejos de fortalecer el poder de los grupos, los debilita y aleja de la sociedad.
Las masas clientelares tienen un techo, un límite de votación que solo se rompe con nuevos votantes o con votantes inconformes con las decisiones políticas de los grupos de poder que se disputan la burocracia y la economía política del presupuesto.
Es posible medir la fuerza electoral a nivel territorial no solo por el sentido del voto en una elección, sino también por las demandas cumplidas y el compromiso de sus militantes más allá del clientelismo. No considerar estos aspectos deja a las fuerzas políticas bajo la falsa idea de que el voto corporativo o clientelar los mantendrá en el poder, lo que en no pocas ocasiones deriva en la pérdida del momento político y del contexto histórico.
Los distritos electorales y las secciones no definen por sí mismos la cultura política de las comunidades; tenerlos en cuenta es solo un referente. El interés colectivo y el momento psicológico son los que definen la orientación del voto, tanto días antes como en el instante mismo de estar frente a la urna.
La partidocracia mexicana está desgastada como sistema político, incluidos los llamados “independientes”. La pérdida del principio de no reelección y el control sobre las precandidaturas han desacreditado a los partidos políticos que insisten en recurrir al clientelismo, perdiendo de vista la verdadera fuerza política a nivel territorial, entendida como cultura política real de la sociedad.
No traducir la agenda social a la agenda política, e insistir en “narrativas” sin sustento real, sin conexión con las comunidades ancladas en los territorios, apostando únicamente a cambios de percepción sin transformación de la conciencia ni construcción de identidad, podrá mantener el control del aparato burocrático, pero hará perder el pulso del momento político y marcará el fin —o el inicio— de un nuevo ciclo social.




