La estética anime/manga como lenguaje político.

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

En octubre de 2024, algo notable ocurrió en Nepal. Durante las protestas masivas contra la corrupción del gobierno y el aumento del costo de vida, jóvenes manifestantes ondeaban la bandera de los Piratas de Sombrero de Paja de One Piece. No era un gesto aislado ni frívolo. Para esos jóvenes, la calavera con el sombrero de paja representaba algo muy concreto: la posibilidad de un mundo donde la justicia no la dictan los poderosos, donde la lealtad entre iguales vale más que las leyes corruptas, donde un grupo de inadaptados puede desafiar imperios.
¿Por qué un símbolo de ficción japonesa resonó más que las banderas políticas tradicionales en las calles de Katmandú? La respuesta revela algo crucial sobre cómo las nuevas generaciones construyen su identidad política y los lenguajes que usan para expresar su descontento.
Los jóvenes de hoy crecieron en un mundo donde los grandes relatos políticos del siglo XX han perdido fuerza. El socialismo y el capitalismo como promesas de futuro se han desgastado. Los partidos políticos tradicionales se perciben como maquinarias corruptas intercambiables. Las instituciones que prometían justicia y progreso han demostrado servir a intereses que no incluyen a la mayoría. En este vacío, el anime ofreció algo inesperado: narrativas donde sí importa luchar, donde la resistencia tiene sentido, donde comunidades pequeñas pueden enfrentar sistemas gigantescos. No son solo historias de entretenimiento; son mapas emocionales para navegar un mundo que se siente injusto pero inalterable.
Esta apropiación cultural no es superficial ni accidental: los jóvenes están construyendo su identidad política a través de estas referencias porque encuentran en ellas una autenticidad emocional que el discurso político tradicional ya no puede ofrecer.
Hay algo estratégico en usar símbolos del anime para la protesta política. Los símbolos tradicionales —puños alzados, banderas rojas, estrellas— vienen cargados con décadas de historia, de fracasos, de cooptación. Significan cosas específicas que limitan su uso. Pero la bandera de One Piece es lo suficientemente nueva, lo suficientemente “inocente” a ojos del poder establecido, como para escapar a la vigilancia inmediata.
Es un lenguaje generacional. Los jóvenes manifestantes en Nepal sabían exactamente qué significaba esa bandera: libertad absoluta, rechazo a la autoridad corrupta, lealtad inquebrantable entre camaradas, disposición a ser llamado criminal por el sistema si eso significa vivir con dignidad. Los políticos y policías que los reprimían probablemente solo vieron un dibujo animado japonés, algo que no tomaron en serio hasta que fue demasiado tarde.
Este es el poder del anime como código político: funciona como lenguaje cifrado entre quienes comparten las referencias, invisible o trivial para quienes no las tienen. Esta dimensión generacional es fundamental: estamos ante una apropiación cultural que redefine los límites entre consumo y resistencia, entre identidad personal y posicionamiento político.
Las narrativas del anime que resuenan políticamente comparten estructuras específicas: presentan sociedades que en superficie funcionan perfectamente, donde hay orden y estabilidad, pero cuya base es profundamente injusta. Los protagonistas descubren gradualmente que lo que creían “normal” es en realidad sostenido por violencia estructural. Esta narrativa resuena con jóvenes que crecieron escuchando que vivían en democracias justas, solo para descubrir desigualdades masivas, brutalidad policial y corrupción sistémica.
Más importante aún, estas historias presentan comunidades de resistencia formadas fuera de las estructuras tradicionales: grupos de marginales, huérfanos, personas rechazadas o traicionadas por las instituciones “legítimas” que forman sus propias comunidades basadas en confianza mutua. Para generaciones que han visto cómo las estructuras tradicionales —familia nuclear, empleo estable, movilidad social— se desintegran, estas narrativas de solidaridad elegida tienen peso político real.
La identidad de estos jóvenes no se construye a través de las instituciones que les fallaron, sino a través de las comunidades que eligen, y el anime les proporciona el imaginario para conceptualizar esta forma alternativa de pertenencia. No están imitando a japoneses; están usando un lenguaje que les permite articular su propia lucha de manera que resuene con su generación globalmente conectada pero localmente marginada.
El anime les dio el vocabulario emocional para entender su propia indignación, el marco visual para construir una identidad colectiva que no depende de las instituciones que los fallaron. No es que confundan ficción con realidad; es que la ficción les dio el marco para procesar una realidad que el discurso político oficial niega o minimiza. Esta apropiación cultural es, en su mejor versión, un acto de traducción: tomar símbolos de otra cultura y resignificarlos desde su propia experiencia de injusticia.
Los jóvenes en Nepal con sus banderas de One Piece no están haciendo revolución, pero tampoco están simplemente consumiendo. Están en ese espacio intermedio incómodo donde la cultura popular se encuentra con la rabia política real, donde la apropiación cultural se convierte en herramienta de identidad colectiva. La bandera de piratas puede ser el símbolo que te lleva a la calle, el elemento visual que te permite reconocerte en otros, la estética que define tu identidad como parte de una generación descontenta.
Los símbolos importan. Las formas en que los jóvenes construyen su identidad colectiva importan. Las apropiaciones culturales que les permiten verse como parte de algo más grande que ellos mismos importan. La bandera de One Piece puede ondear en una protesta, puede ser el símbolo bajo el cual una generación se reconoce a sí misma, el código que les permite encontrarse en medio del caos.
Ningún anime salvará el mundo. Pero quizás pueda ayudarnos a imaginar que un mundo diferente es posible, que una identidad colectiva basada en solidaridad y resistencia es viable. Y ese paso —de la resignación a la imaginación, del aislamiento a la identidad compartida— aunque pequeño, es el primero. El resto depende de nosotros.

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Tras agresión en Rosario, liberan a 2 personas, aseguran a 5 civiles, armas y municiones; además, 2 agresores fueron reducidos

Los civiles, así como los demás objetos de delito, fueron puestos a disposición del...

Aseguran objetos prohibidos durante revisión en la ‘peni’ de Aguaruto, en Culiacán

Todo lo anterior se puso a disposición de las autoridades ministeriales para que lleven...

Guardia Nacional asegura 11 kilogramos de presunto fentanilo en Culiacán

Fueron puestos a disposición del Ministerio Público Federal, para que lleve a cabo las...

Inicia capacitación del programa“Sinaloa, Semillero de Campeones”

El programa busca brindar herramientas técnicas y metodológicas a entrenadores y promotores deportivos, quienes...

Las velas de Uruapan encendieron a México

Hay muertes que incendian algo más que el alma. La de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan,...

Mover las piezas para mover la ciudad de Culiacán

Los cambios en el gobierno no son, por sí mismos, garantía de transformación. Son...

El eco de una bala en medio de las velas

Hay muertes que nos parten en dos. No por el estruendo del disparo, sino...