En Sinaloa, la seguridad pública parece un espejismo que se desdibuja con cada retén militar y cada operativo improvisado. Lo que comenzó como una estrategia para restablecer el orden se ha transformado, en muchos casos, en una rutina de incomodidad, desconfianza y hartazgo para el ciudadano común. Los retenes, más que símbolos de protección, se han convertido en recordatorios palpables de la ausencia de inteligencia en la política de seguridad en Sinaloa.
El diputado Sergio Torres Félix, coordinador del grupo parlamentario de Movimiento Ciudadano en el Congreso del Estado, ha sido enfático al señalarlo: los retenes militares en Culiacán se están aplicando “sin inteligencia ni sentido común”. No es una crítica ligera ni aislada.
Desde hace meses, Torres Félix ha venido advirtiendo que, pese a los constantes operativos y despliegues armados, la violencia en Culiacán sigue sin control, mientras los ciudadanos enfrentan un calvario cotidiano: largas filas, retrasos, tensión y el temor de ser detenidos o interrogados sin motivo.
El legislador cuestiona —con razón— el propósito real de estos dispositivos. “Los delincuentes buscarán otras rutas”, dijo en tono de obviedad política, y con ello expuso una verdad que incomoda: los retenes suelen detener a los ciudadanos de bien, no a los criminales. En los hechos, el tránsito se vuelve insoportable, los trabajadores llegan tarde, los estudiantes se impacientan, y las familias sienten que viven bajo sospecha permanente.
Mientras tanto, las calles siguen siendo escenario de robos, asaltos, secuestros y asesinatos a plena luz del día. La inseguridad no se ha reducido, y los retenes, lejos de contenerla, parecen solo cambiar su geografía. La paradoja es evidente: los operativos que deberían brindar tranquilidad, terminan trastocando la vida civil y alimentando el enojo social.
El propio Torres Félix lo ha expresado sin ambigüedades: “Se acabaron los abrazos, no balazos”, refiriéndose al fracaso de las estrategias blandas, pero también ha advertido que sustituir la inteligencia por la fuerza bruta solo agrava el problema. Lo que Sinaloa necesita —dice— son operativos de inteligencia real, capaces de anticipar y desarticular al crimen, no de bloquear avenidas o molestar a ciudadanos que solo intentan llegar a su trabajo.
Su postura no es nueva. Ya como alcalde de Culiacán, Torres Félix tomó la decisión de retirar los retenes municipales cuando las denuncias por extorsiones y abusos comenzaron a manchar la imagen de la ciudad. En su momento, apostó por rondines estratégicos y presencia policial en zonas de alto riesgo, una medida más dinámica y menos intrusiva. Hoy, como diputado, reitera la misma lógica: la seguridad no se garantiza con barricadas, sino con inteligencia y coordinación.
Los retenes, bien aplicados, pueden tener su razón de ser: detener a sospechosos, interceptar cargamentos, blindar zonas en crisis. Pero cuando se vuelven permanentes, desorganizados o sin resultados visibles, dejan de ser herramienta y se convierten en síntoma del fracaso operativo. Y eso, precisamente, es lo que Torres Félix denuncia: una estrategia sin rumbo, que lastima al ciudadano y no toca al delincuente.
Sinaloa no necesita más retenes; necesita razón y resultados. La seguridad no debe sentirse como una amenaza ni como una carga. De poco sirve el discurso de “paciencia ciudadana” cuando la gente ya vive con miedo, con cansancio y con la certeza de que los retenes no los protegen, sino que los aíslan.
En el fondo, la crítica del diputado refleja algo más profundo que una diferencia política: es el reclamo de un sinaloense que conoce la calle, que ha escuchado a los comerciantes extorsionados, a los trabajadores que llegan tarde por un retén, a las familias que ya no confían en nadie uniformado. Y ese reclamo no debería ser ignorado.
Porque la verdadera seguridad no se impone con fusiles ni con retenes improvisados, sino con inteligencia, coordinación y respeto al ciudadano. Y ese, por ahora, parece ser el mayor ausente en Sinaloa.