En política no hay casualidades, y menos cuando se trata de campañas negras. Hoy el periódico Noroeste exhibe en portada un dato escalofriante pero revelador: más de 50 mil pesos invertidos en Facebook para atacar al chef y empresario Miguel Taniyama y tratar de asociar la marcha ciudadana del 7 de septiembre con los viejos partidos —PRI, PAN y PRD—. Tres páginas fantasma aparecen como autoras de esta ofensiva digital: Pulso Sinaloa, Sinaloa al Instante y, la más insistente, El Ojo de Argus.
El nombre no es casual. Argos, el guardián mitológico de los cien ojos, todo lo miraba. Pero aquí, en esta versión sinaloense, no vigila ni protege: espía, distorsiona y denuesta. Se mueve con la sombra de la impunidad, como si la opacidad fuera un escudo suficiente. Sin embargo, los agraviados saben más de lo que se cree: los operadores digitales y sus cómplices están absolutamente identificados, con nombre y rostro, aunque quienes conocen sus entramados prefieren reservar el momento de actuar. Por ahora, observan cómo la perversidad que se cree cobijada en el anonimato se vuelve cada vez más osada y ofensiva, aunque la mayoría de sus embestidas resulten inútiles, salvo para esas mentes débiles que siguen consumiendo esta clase de libélulas digitales.
La mecánica es clara: abrir páginas que simulan ser medios de comunicación, pautar anuncios en Facebook con miles de pesos, inflar interacciones con bots y sembrar dudas en la opinión pública. No importa la verdad; importa la percepción. Y esa percepción se alquila en el mercado digital, donde los clics falsos valen más que la credibilidad.
El Ojo de Argus ha hecho del lodo su tinta. Lo mismo golpeó a Gerardo Vargas Landeros con más de 150 mil pesos en anuncios pagados, que a Imelda Castro en su rol de senadora, o a Tere Guerra, convertida en víctima de estas infamias. Ahora lo hace con Miguel Taniyama, fabricando montajes que lo ligan al narcotráfico. Mañana será otro nombre. El patrón es idéntico: profesionalismo en la estrategia, clandestinidad en el financiamiento.
No se trata de sospechas al aire. El tema ha sido estudiado y ventilado por distintos periodistas y analistas: Oswaldo Villaseñor, Álvaro Aragón Ayala, Héctor Ponce y otros han documentado la operación de estas plataformas, su estilo, sus inversiones y su coincidencia con momentos clave de la lucha política. Todos llegan a la misma conclusión: no son proyectos editoriales genuinos, sino armas de guerra sucia, digitalizadas y financiadas con recursos opacos.
Lo grave no es solo la cantidad de dinero invertido —que ya en sí refleja poder y respaldo político o económico—, sino la normalización de esta práctica. La guerra sucia en redes sociales se ha convertido en un ejercicio paralelo de poder: uno que no pasa por las urnas, que no rinde cuentas, que no tiene rostro, pero que incide en la conversación pública con la fuerza de la repetición y la mentira.
El periodismo documenta, como lo hizo hoy Noroeste. Los analistas advierten, como ya lo habían señalado Villaseñor y Aragón. Los políticos afectados observan y esperan. Pero el fenómeno sigue creciendo, como una hidra digital que se alimenta de recursos opacos y de la ingenuidad de quienes creen todo lo que circula en las redes.
El ojo de Argus mira, acecha, inventa. Pero también ha sido visto y está plenamente identificado. La pregunta es: ¿cuándo se pasará de la contemplación al deslinde público, de la observación a la acción? Porque mientras tanto, las campañas negras siguen corriendo con dinero fresco, comprando espacio en Facebook, en YouTube, en cualquier red dispuesta a alquilar su escaparate.
La política sinaloense, atrapada entre la violencia real de las calles y la violencia digital de las redes, enfrenta así un nuevo monstruo: el de la posverdad pagada, disfrazada de sátira, envenenada de anonimato. Y como todo monstruo, tarde o temprano saldrá del escondite.