Coincidimos con lo señalado en la columna institucional Malecón, publicada en Noroeste: Julio Enrique Duarte Apán ya dejó ver sus verdaderas intenciones. El actual secretario general del Sindicato de Trabajadores al Servicio del Ayuntamiento de Culiacán (STASAC) convirtió la última asamblea en un espectáculo bochornoso, propio de las peores prácticas políticas y sindicales: exclusión, simulación y violencia.
Lo que debía ser un ejercicio democrático para discutir el pliego petitorio terminó en un acto anticipado de campaña rumbo a su tercer periodo al frente del gremio. El pase de entrada no fue la credencial sindical ni la voluntad de participación: fue el color amarillo. Quien no portara la camiseta alusiva al “proyecto Duarte” quedaba fuera. Así, se levantó un muro humano en el acceso y miles de sindicalizados fueron marginados de la deliberación.
El colmo no quedó en la exclusión. Al interior, la asamblea se convirtió en un campo hostil para quienes se atrevieron a disentir. El video de Ernesto Chaidez Ark sangrando del rostro tras ser agredido por Ángeles García retrata con crudeza el clima de intolerancia que se vive en el STASAC. “Julio Duarte manda golpear a quienes no están de acuerdo con sus ideas”, denunciaron trabajadores con indignación. La violencia como método de control sindical es inadmisible en cualquier época, más aún cuando se presume representar los intereses de miles de familias.
No solo Noroeste lo documentó. Medios como Sector Primario y Olegario Quintero Informa también dieron cuenta de los hechos, coincidiendo en que Duarte Apán utilizó el color amarillo como pase de entrada y que miles de sindicalizados quedaron fuera en una maniobra que violenta el derecho de participación.
El aspirante Homar Salas Gastélum denunció irregularidades adicionales: uso de personal eventual para simular quórum, desplazamiento de la base sindicalizada y exclusión de más de 4 mil trabajadores. Con notario público como testigo, quedó asentado que el proceso estuvo marcado por maniobras indignas de un sindicato que presume ser el más grande del municipio.

Lo más grave es el trasfondo político. Duarte Apán llegó a la dirigencia con la promesa de acabar con el cacicazgo de David Alarid, pero ha replicado —y hasta empeorado— las mismas prácticas que criticaba. Su liderazgo, lejos de estar cimentado en logros, se sostiene en acomodos con la autoridad municipal y en una estructura pintada de amarillo. Si en 2023 ya torció los lineamientos para reelegirse, hoy no oculta que pretende repetir la jugada.
Un sindicato que debería ser baluarte de derechos laborales, hoy aparece como rehén de un dirigente que excluye, divide y reprime. Lo dijo Salas Gastélum: “Queremos un sindicato de puertas abiertas y con verdadera unidad, no solo para unos cuantos”.
El amarillo que Duarte intentó imponer como bandera de unidad terminó por simbolizar otra cosa: vergüenza, autoritarismo y violencia. Y si algo dejó claro la asamblea es que, lejos de sumar, Duarte está dispuesto a fracturar al STASAC con tal de perpetuarse en el poder.
La pregunta es si los más de 8 mil sindicalizados permitirán que la historia se repita, o si tendrán la valentía de arrancar de raíz estas malas artes que ya no corresponden a un sindicato moderno, democrático y plural.