Ser maestro no es sólo enseñar. Es entrar, con cuidado y sin ruido, en la vida de otros. Es tocar sus preguntas, sus miedos, sus ganas de rendirse… y aun así quedarse.
Ser maestro es prestar el alma un ratito todos los días. A veces con palabras, a veces con silencios. Es ver a los estudiantes como lo que son: seres en construcción, en caída, en vuelo. Y sostenerlos, sin prometer certezas, pero sí presencia.
Quien enseña de verdad no lo hace desde el ego, sino desde el amor. No para formar copias, sino para acompañar a cada persona a encontrarse consigo misma. A veces, ser maestro es simplemente estar ahí cuando el mundo parece no mirar. Es ser testigo de los primeros logros y también de los días nublados. Es sembrar sin esperar cosecha, y confiar en que, en algún rincón del tiempo, algo florecerá.
La tarea del maestro no es solo formar mentes, sino tocar vidas. Humanamente. Profundamente. Con la esperanza de que algo de lo que somos se quede acompañando a quien fuimos capaces de ver.
Hoy es un homenaje a quienes, a pesar del cansancio, siguen creyendo en el poder de una palabra dicha a tiempo. A quienes saben que cada alumno es un universo entero… y se atreven a habitarlo.