La reelección de Madueña es solo un capítulo; el verdadero desafío es que los universitarios ejerzan su derecho a participar activamente en los procesos de toma de decisiones y en la construcción del futuro de la Casa Rosalina
Con 105 mil 885 votos, que representan 81 por ciento de los votos emitidos, Jesús Madueña Molina fue reelegido como rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) para un nuevo período de cuatro años. Un número impresionante, sin duda, si se viera únicamente desde la óptica de la participación. Pero en el fondo, esta elección deja más preguntas que certezas y abre un nuevo capítulo en la ya desgastada relación entre la universidad y la sociedad sinaloense.
Madueña no es un nombre nuevo en la política universitaria; es, de hecho, parte de un grupo que ha mantenido el control de la institución por décadas. Su reelección, habilitada tras una controvertida reforma a la Ley Orgánica de la UAS —impulsada desde dentro y en un momento de alta tensión con el Gobierno del Estado—, ha sido acompañada de señalamientos graves: presiones a estudiantes, personal académico y administrativo para votar en su favor, bajo una lógica que parece más corporativa que académica.
No se trata únicamente de una elección interna; se trata del rumbo de una de las instituciones educativas más importantes del noroeste del país. Y lo que está en juego no es solo quién dirige la universidad, sino cómo se ejerce el poder dentro de ella.
La sombra de los procesos judiciales que enfrentaron autoridades universitarias, incluido el propio Madueña, ha intensificado la percepción de una UAS atrapada entre la defensa de su autonomía y la opacidad de sus prácticas internas.
El conflicto con el Gobierno del Estado ha sido utilizado por algunos sectores universitarios como un escudo narrativo: “la autonomía está siendo atacada”, dicen. Pero hay que preguntarse: ¿autonomía para qué y para quién? Porque una verdadera autonomía universitaria implica transparencia, rendición de cuentas, democracia interna y pluralismo, no el uso de la institución como trinchera política.
Los casi 100 mil votos no bastan para legitimar un proceso si estos fueron obtenidos bajo presión o coacción. El voto libre en una comunidad universitaria debería ser un derecho incuestionable, no un trámite condicionado.
Hoy más que nunca, la UAS necesita abrirse al debate interno, al diálogo plural, a la participación real de su comunidad. Necesita romper con las inercias de una estructura que ha convertido la rectoría en un cargo vitalicio de facto. No se trata de una cruzada contra una persona, sino de una exigencia de renovación institucional profunda.
El reto para los próximos cuatro años no será solamente mantener operativa a la universidad, sino recuperar la confianza perdida, no con discursos, sino con hechos. Si la reelección de Madueña significa más de lo mismo, será una oportunidad desperdiciada. Pero si es capaz de dar un giro real, de asumir con humildad que el poder no es propiedad, sino responsabilidad, entonces quizá todavía hay algo que rescatar.
El tiempo lo dirá. Y la comunidad universitaria, también.