Siete meses de encierro: vivir como rehenes en Culiacán

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

La violencia no solo mata: encierra, silencia, arrebata. En Culiacán, llevamos siete meses viviendo con miedo, viendo cómo la sangre se vuelve paisaje, cómo la esperanza se convierte en lujo.

Han pasado siete meses desde que la ola de violencia volvió a cubrir a Sinaloa con su sombra larga y pesada. Siete meses en los que la palabra “libertad” ha dejado de significar movimiento, y ha pasado a significar riesgo. Siete meses en los que la ciudadanía no vive, sobrevive. Rehenes en nuestra propia tierra.

Las calles están vacías a ciertas horas, pero no por paz. El silencio no es descanso, es miedo. Miedo a estar en el lugar equivocado, a la hora equivocada. Miedo a que un disparo cruce una pared. Miedo a que una llamada traiga la peor noticia.

Desde el 9 de septiembre, casi mil 100 personas han sido asesinadas en Sinaloa, de las cuales 37 son menores de edad, con solo dos añitos la más pequeña de las víctimas. Sin dejar de lado los cientos y cientos de desaparecidos, las decenas de viviendas vandalizadas y los miles de vehículos robados desde que inició esta ola violenta.

Y no, no estamos hablando solo de cifras. Estamos hablando de cuerpos. De historias truncadas. De niñas, niños, adolescentes, cuyos nombres hoy se pronuncian con un nudo en la garganta. ¿Cómo explicamos que haya menores asesinados, atrapados en medio de fuegos que no encendieron? ¿Cómo justificamos que en sus vidas el terror haya llegado antes que la adolescencia?

La violencia en Sinaloa no discrimina: se lleva a quien esté al alcance. Y sin embargo, golpea con más fuerza a quienes ya viven en situación de vulnerabilidad. Las mujeres, por ejemplo, cargan con una doble amenaza. No solo tememos a ser víctimas del crimen organizado, sino también del machismo, del abuso, del abandono institucional. El feminicidio se ha vuelto otra epidemia que avanza a la par, silenciosa y cruel.

Estamos ante una narcopandemia. Un fenómeno que se contagia de calle en calle, que se instala en las conversaciones, en los silencios incómodos, en las puertas que no se abren al llegar la noche. La violencia ya no solo se mira: se respira, se intuye, se teme.

¿Y el Estado? A veces responde, a veces no. A veces promete, a veces guarda silencio. Pero lo que nunca cambia es el costo que seguimos pagando los ciudadanos. El costo de no saber si volveremos a casa. El costo de encerrar a los hijos no por protección contra un virus, sino contra las balas. El costo de aprender a vivir con el miedo como rutina.

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Supervisa Rocha construcción de cárcamo de rebombeo en la Av. Camarón Sábalo

Mazatlán, Sinaloa.- Durante una gira de trabajo por Mazatlán, el gobernador Rubén Rocha Moya...

Somos el primer estado en entregar escrituras y títulos de propiedad de manera masiva, asegura Rocha

Ahora en Mazatlán, el mandatario estatal, junto con todos los integrantes de la Mesa...

Monero ‘reta’ a Landau a cancelar su visa tras polémica con Melissa Cornejo, consejera de Morena

Rafael Pineda ‘protestó’ por la represalia contra Melissa Cornejo y pidió a Christopher Landau...

Realizan pruebas gratuitas en Elota para detectar el cáncer de próstata

Fueron cerca de 60 exámenes de antígeno prostático, con un 99% de efectividad, los...

Trece años siendo una fuente digna de información

Hoy se conmemora en México el Día de la Libertad de Expresión, y quienes...

Fuentes fidedignas

Así como para la mujer lo más importante es la reputación, para el periodistas...

Justicia en venta: cuando las redes deciden más que las urnas

En el corazón de cualquier democracia madura, la justicia debe ser imparcial, autónoma y...