Imaginen un salón de clases en Oaxaca. En la primera fila, una niña mixe usa una app que traduce simultáneamente las lecciones de su profesor al zapoteco. En la última fila, un adolescente copia un ensayo generado por ChatGPT sin leerlo. Este es el dilema de México: la inteligencia artificial podría cerrar brechas históricas… o convertirse en la máquina perfecta para producir zombis académicos: alumnos que repiten datos sin entenderlos, escriben sin reflexionar, y aprueban exámenes sin aprender.
La promesa es tentadora. En un país donde el 40% de los jóvenes abandona la educación media superior, según el INEGI, la IA ofrece herramientas para personalizar el aprendizaje. Plataformas como Tutora, desarrollada por la UNAM, ya usan algoritmos para identificar las debilidades de cada estudiante y sugerir ejercicios a su medida. En Nuevo León, escuelas rurales experimentan con chatbots que enseñan matemáticas mediante analogías. Son ejemplos incipientes, pero reveladores: la IA podría ser el primer tutor verdaderamente masivo y accesible en un sistema educativo fracturado por la desigualdad.
Sin embargo, hay un riesgo silencioso. Mientras en países como Estonia la IA se integra para fomentar el pensamiento crítico, en México corremos el peligro de usarla como parche tecnológico. Es decir: implementar chatbots que resuelvan tareas por los alumnos, sistemas de vigilancia que midan asistencia pero no compromiso, o plataformas que prioricen la velocidad sobre la profundidad. El resultado serían zombis académicos: estudiantes que dominan el cómo (usar herramientas) pero ignoran el por qué (entender conceptos).
El fenómeno tiene raíces sistémicas. México gasta solo el 3.1% de su PIB en educación —por debajo del promedio latinoamericano—, y gran parte se destina a infraestructura básica, no a innovación. Esto crea un caldo de cultivo para soluciones rápidas pero superficiales. Ejemplo: en 2024, una escuela privada en CDMX implementó un sistema de IA para calificar exámenes. El problema es que el algoritmo solo evaluaba respuestas binarias (correcto/incorrecto), ignorando la creatividad o el razonamiento. Eficiencia a cambio de humanidad: el intercambio perverso de la IA mal aplicada.
Pero no todo es pesimismo. Proyectos como Kóokay, una inteligencia artificial desarrollada por estudiantes del IPN, muestran otro camino. Este sistema no da respuestas, sino que guía a los usuarios mediante preguntas: “¿Por qué crees que la Revolución Mexicana comenzó en 1910 y no antes? ¿Qué factores locales coincidieron?”. Es un enfoque que combina tecnología con pedagogía constructivista, y que podría escalarse con inversión estatal. La clave está en ver la IA no como un profesor robot, sino como un andamio cognitivo.
El verdadero peligro geopolítico yace en la dependencia. Si México importa IA educativa de Estados Unidos (como ChatGPT) o China (como DeepSeek), sin adaptarla a su contexto cultural, estará replicando modelos ajenos. Imagine un chatbot que ignora la historia de la Conquista o no comprende el papel de las comunidades indígenas. O peor: algoritmos que refuerzan estereotipos, como sucedió en Brasil, donde una plataforma sugirió que “las mujeres son menos aptas para ingenierías”. La colonialidad digital es una amenaza real: sin soberanía tecnológica, las aulas mexicanas podrían educar zombis… pero con acento extranjero.
¿Cómo evitar este futuro? Tres claves:
- IA glocal: Desarrollar herramientas entrenadas con datos mexicanos —desde textos de Rosario Castellanos hasta problemáticas locales como la migración—.
- Pedagogía primero: Usar la IA para potenciar, no reemplazar, a los maestros. Como en el modelo de aula invertida, donde los algoritmos se encargan de la teoría y los profesores de debates prácticos.
- Ética con raíces: Implementar códigos que prioricen el pensamiento crítico y la identidad cultural. Que la IA enseñe a cuestionar, no solo a repetir.
Al final, México enfrenta una elección histórica. La IA puede ser el motor de una revolución educativa que nivele oportunidades y recupere el orgullo de ser orgullosamente bicultural (indígena y moderno). O puede convertirse en la fábrica de zombis más eficiente del continente: millones de certificados brillantes, con mentes en blanco.
La diferencia la hará una pregunta simple: ¿Queremos alumnos que usen la IA, o que la entiendan? La respuesta definirá si las aulas del futuro serán semilleros de ciudadanos libres… o líneas de ensamble de empleados dóciles.